Desde ese primer negro, Alonso Prieto, que vino con la hueste de
Francisco Pizarro, acompañando a Alonso de Molina, uno de los Trece del
Gallo, en el desembarco de Tumbes, hasta los afroperuanos de hoy, un
largo trecho hemos recorrido, rumbo al Perú de hoy y del nuevo milenio,
reconociendo las raíces de su dentidad nacional, en la cual los negros
constituyen el tercer ingrediente del mestizaje peruano. La obra revisa
la historia de los negros con amor y rigurosidad, porque, concluye, los
negros y sus descendientes son integrantes esenciales de la peruanidad.
Señala que tienen 467 años entre nosotros, y si se cuenta a los primeros
melanodermos que trajo Túpac Yupanqui de su travesía por el Pacífico,
serían 67 años más de antigüedad que los blancos en el Perú. El libro
está presentado en tres partes. La primera referida a la historia de la
comunidad negra en el Perú, partiendo desde la llegada de los primeros
negros en la expedición conquistadora, luego la presencia de estos
descendientes africanos a través del Virreinato, de la Patria joven, en
la República decimonónica y en la República novecentista; narrando cómo
desarrollaron su vida y sus costumbres en esta patria nueva y cómo se
fueron integrando y convirtiendo en importante elemento de la sociedad,
imbricados en los usos y costumbres del nuevo país. En la segunda parte,
se concentra en el aporte cultural, específicamente del arte negro, en
el cual incluye la tauromaquia y la culinaria. El capítulo sobre la
pintura, señala que nació ‘popular, religiosa y escondida’ y nos
recuerda que la primera noticia es la referida al negro de casta angola
que en 1651 pintó en un muro del muladar de Pachacamilla, la primera
imagen del Señor de los Milagros; su nombre no lo registra ni la
historia ni la tradición. Destaca la presencia del pincel del mulato
José Gil de Castro en el período de la Emancipación; reconocido como el
“Pintor de los Libertadores”, por los retratos de San Martín, Bolívar y
Sucre.
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